sábado, 10 de noviembre de 2018

Postdata


Curiosamente murió Avito Rafael de la Torre Mora, un 14 de junio, un hombre, en buen cubano, con más c…… que Maceo, como se dice en Cuba, cuando se es de armas tomar…  y más aventurero que el Che, como dicen algunos cuando quieren reconocer la osadía de un hombre que Daba todo sin razones… ambos nacidos ese mismo día, igual fecha de otros años, y con otras historias.
Avito de la Torre comprometido, combatiente, humilde; de aquellos campesinos que encontraron los expedicionarios del Granma en la Sierra Maestra, los reunidos luego de diezmadas las tropas, para hacerse parte de lo que sería el Ejército Rebelde, para organizar junto a su padre y hermanos, el camino desde la Sierra y el campesinado que educaban en la propia lucha por ser dueños de su tierra.
Un hombre con el sueño de ser militar, tanto como la disciplina para enrolarse en donde se le pidió que estuviera, las actividades administrativas  de la naciente revolución cubana.
Como el Che anduvo de una a otra parte del país, adonde lo llevara la fluidez de su vida, con la entereza de quien debe entrarle de frente, desde gigantes que se le enfrenten sin pedir permiso, lo reten como persona,conminándolo a seguir pase lo que pase, a comprometerse, a crecerse, a forjarse, a nacer una y otra vez, hasta llegar a 83 años de edad, con las ganas de seguir adelante.
En su dolor, más que la edad asumía, con especial espíritu, lo que el mío le sugería para repetirse, “elijo sanar”, o repetirle a quien le interpelaba “de aquí no me voy (de casa de su hermana ñica) hasta que no suba 25 kilos” (no ya las 25 libras que había dejado).
Solía tejerse sueños de ser cuidado por su hermana en otra provincia o rodearse del confort de uno de los hijos a quien le dio vida, ya en otras tierras.
Mi madre, quien en más de una ocasión, antes y después de mi existencia, ha querido dejar esta vida, pierde a uno de sus más grandes pilares espirituales en su familia. Ahora le toca despedir a su tercer hermano en 3 años, aunque hace menos de un año que perdió a otra de sus mayores.
La familia “de la Torre” dejó ir a sus mayores, Ana (agosto 2017), Avito (junio 2018) sin que se detenga ese legado humilde y poderoso que le apellida, sin que se amilane su fuero, aquel en la Sierra Maestra, Cedo, o de Santiago de Cuba a La Habana, Javier, o en el propio Bayamo, Fe, quien hasta después de ida en su viaje final quiso aparecer en el sueño de su hermana, unos meses menor, para recomendarle a Chávez que pronto se le uniría en el deceso.
Todas despedidas tristes, fuertes, agigantadas con Yordano (La Habana, 2013, con solo 11 años de vida).
Cada uno de ellos es una huella profunda, única, poderosa en sí. Cada una lleva ese dolor personal en el coro familiar más pequeño, cada uno es una parte de todos los “de la Torre”, para quienes la risa, el canto o la seriedad de un propósito es un camino indetenible.
Se fue Avito Rafael de la Torre Mora, sus hijos: Heriberto, Estela, Ángel, Miguel, Avito, Yudexi, Joaquín, Lenard y yo, sumada por él mismo, fundada en su camino; le recordamos en esa sonrisa de maldad que muchas veces alumbraba a la familia donde aparecía de repente porque esa era la guagua que había pasado, o viraba con el objetivo de averiguar dónde se quedaría entre tantos invitados y la poca cama.
Ese reír, luego de un accidente frente amí, accidentada también, para probarnos quién se había dado más golpes, o el que seguía el camino del militar a todas partes como parte de su sueño no cumplido, con orgullo despedirlo en la distancia del deber o en la actriz, la chilena – cubana, o los que como Don Quijotes le hacían el juego de mellizos para estar en igual grado del curso escolar, no separarse, ir a Etiopía, cambiarse de apellido, comandar trabajos, enrolarse en aventuras diversas con el pequeño de esa camada de huérfanos, que su tamaño de investigador como lector empedernido o licenciatura – a destiempo, nunca tarde - en estudios Socio Culturales le hizo ser el más grande de los tres.
Es la búsqueda incesante de uno de sus hijos, que quizás ni quiera aparecer, de elegancia divina, para ser un guiñapo con la mala jugada de la vida, una historia incógnita para todos y el amor de esos fuertes que dicen esperar siempre con la puerta abierta al irredento.
Las historias de su prole o las propias de sí mismo, fueron muchas, que con seguridad recorrerán una y otra vez reuniones familiares, cada vez menos, entre risas, canciones, llantos, décimas enroladas ya por último en la Casa del Abuelo, en Mabay, en controversias de concursos, historicista o profesor de los adolescentes.
Dejar, buscar, acompañar o desaparecer de momento con un “vengo más tarde”, solían ser parte de ese tío cotidiano, queriendo encontrar siempre a su Hery, siguiendo el camino con la primera viudez a cuesta y la casi última, en dueto, con una memoria perdida entre dos historias, o un último amor de juventud, celada por hermanos mayores.
Sus décimas recorren lahistoria de su vida, encuentros y desencuentros, ideas, ocurrencias, textos que alguna vez uno de sus hijos y yo digitalizamos, así las perdimos en el vaivén de las tecnologías. En impresos, en tertulias familiares o en la observación feliz del encuentro más grande que recuerdo de todos sus hijos e hijas, de bailes, coreografías, risas, competencias coreográficas, nuevas historias y siempre el deseo de ver escrito, impreso, editado sus poesías, narraciones o anécdotas. Un tiempo incansable para quedar en blanco y negro aunque fuere un combatiente en todas sus letras, sin medallas.
Casi al final, envuelto en el cansancio de no querer ponerse más los dichosos sueros, pues cuando iba mejorando – decía,  - tenía que volver de nuevo a ellos -, o de dolores incontrolables, aferrarse a los lugares, enarbolar el orgullo de su atención de primera en hospitales militares o por donde supo que pasaban militares con un alto historial a quedar entre sus primeros hijos, con el amor de desarrapado por la pérdida maternal.
Es triste verlo irse, aun con el cuerpo sano de otros dilemas, agotado de esos agobiantes días, hechos más largos por el dolor o la impotencia, casi los primeros de su larga vida, aun corta para los que le queremos, a solo unos del día de los padres…ese grande celebrado en Bayamo, por sus dirigentes para los padres combatientes y las recientes víctimas del accidente aéreo que sólo dejó a una con vida.
Te he dedicado otras poesías, otras palabras, otras ideas, tío, ya lo sé, pero  se me borraban, no podía más que leértelas. Hoy quiero que vayan contigo tanto como se quedan conmigo como el dibujo más rápido que ha terminado mi hijo, el puño que querías para graficar tu libro.
Tu fuerza que nos acompaña siempre, tu carisma, tu autenticidad. Gracias.
Tío: son dolores que rasgan la vida de la canción, que también hacías, la canción que es vivirla, el letargo impotente que significa “el origen”, de la familia, de la especie, los valores en que se ancla la existencia misma, la más sutil. Es el camino del propósito que unos tienen más corto, otros más largo.
Unos desde otra geografía, con el mismo latir, al unísono, esa fuerza que da despedirte entre tus propias interpretaciones de la vida, en la décima y en el canto, en tus mujeres e hijos que te han querido. En esa nieta que espera un bebé o aquella que el mismo día de tu deceso coronaba la vida con los más hermosos 15 años que una familia puede acurrar.
Hasta siempre tío,
Te amamos.
TGY

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